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EMPECEMOS A HURGAR
“Existen hombres que suben a estas montañas por la sola alegría de vivir, por el goce experimentado en la lucha, por el solo deseo de arrancarles su misterio, por el solo placer de conocerlas”.
El Plan de Vida
De pequeño tenía claro el plan de vida: Ir a la mejor universidad (formarme y aprender a jugar al mus), encontrar un buen empleo en esas compañías del momento (no existe), tener un buen jefe para aprender (eso está de capa caída actualmente), convivir con la mejor chica del mundo (en eso sí creo), comprar una casa para ser felices y comer perdices (pura fachada de una hipoteca), tener una familia y ser ejemplo (el sueño americano), y ya, con el paso de los años de duro trabajo, jubilarme… y morir (final de la historia, hasta otra, game over). Sólo me hablaban de que era lo más seguro y lo que todo el mundo hacía. Nadie me contó que hubiera otras alternativas, posiblemente compatibles, tales conocer un país como Nepal con los entresijos de su vuelo a Lukla.
Tras cerrar el vuelo en la Agencia Great Vision Trek & Expeditions era hora de salir de Katmandú a nuestro destino, Lukla, uno de los aeropuertos más difíciles del mundo situado a 2.860 metros de altitud, es decir, 200 metros más que el Torrecerredo, la cumbre más alta de Asturias y Castilla León, ¡de aúpa!. Y a todo eso le añadimos que cuenta con sólo 450 metros de pista que terminan en una caída al vacío, pues ¡de aúpa y aúpa!. Una pista cortita, entre montañas y precipicios, lo mejor para la adrenalina, posiblemente no el mejor plan para un viaje relajado de vacaciones según marcan los cánones. A mayores, el aeropuerto de Lukla se masifica especialmente durante la temporada de ascensos, en los meses de octubre y noviembre, nuestro periodo elegido.
Lukla
Lukla es el inicio de la ruta alta del Everest. La meteorología suele ser desfavorable y muchos días al año debe cerrarse por malas condiciones en la climatología. A ello se le suma el tremendo tráfico aéreo en este punto, los atascos en el doméstico y curioso aeropuerto, donde el «caos relajado» preside nuestra estancia.
Podríamos decir que el aeropuerto es una báscula de grandes dimensiones, porque lo que más se observa son personas (sherpas, guías, montañeros…) pesando sus mochilas en las básculas de las compañías, tantas son las veces que pesan que hasta decidmos pesarnos. Existe un límite en ese pesaje a partir del cual pagas geométricamente proporcional, las avionetas son muy pequeñas y prioriza el equipaje a las personas, es complicado de explicar.
4 horas en un aeropuerto de amigos donde el “no problem amigo” es un hashtag trending topic, donde te acostumbras a convivir en una especie de torre de Babel, una sala de espera multilenguaje de nacionalidades diversas. Nuestras mochilas de unos 15 kilos cada una pasaron el corte, ya era sólo cuestión de esperar un poco más, y que el tiempo arriba no cambiara, el sueño de un niño estaba cada vez más cercano.
Prosigo, nadie me contó que hubiera otras alternativas menos seguras. De pequeño sólo me explicaron el pack básico que era conveniente contratar. Con el paso del tiempo, me he dado cuenta que todo eso no lo había decidido yo, lo aceptaba sin más, realmente era lo que había visto a mi alrededor desde que era un chiquillo, no quería decir que el pack no se pudiera compaginar, ni que el pack tuviera taras, no me quejaba de ello, me quejaba de que no me hubieran contado la otra parte, que a veces lo seguro es sólo un camino, respetable por supuesto, pero un camino más. Nadie me contó que hubiera otras alternativas, y el Nepal y el viaje en avión a la base del Himalaya era una de ellas.
Los del chiste
En ese momento, llegó una especie “guagua” a recogernos, con tractores como guardaespaldas, un pequeño bus donde entraron dos japoneses, tres españoles, y dos de verde (y la azafata de abordo), vamos, como los del chiste.
La escena de la llegada a la avioneta sólo le faltó la aparición de Indiana Jones. Entre mochilas y asientos que se movían a sus anchas, los del chiste se sentaron a esperar, había retraso de hora y media por el tráfico aéreo, y allí en el suelo bajo la avioneta, se pasaba el tiempo, lo que suele pasar habitualmente en los aeropuertos, como el de Lukla.
La adrenalina iba en aumento, ya no había vuelta atrás, sólo despegar. Y allí que llegó la azafata, ¡Sí!, ¡contábamos con una azafata!. Aunque su trabajo simplemente era darte unos tapones para los oídos, mover las maletas y decirte “¡suerte!”; Luego da igual que grites, nadie te escucha por el ensordecedor ruido de los motores.
Y así despegas, sabiendo que hasta ahí al menos se ha llegado, volver a la casilla de salida era el objetivo final, y el comienzo tocar casi con los dedos el reino de los cielos antes de descender a esa pista de 450 metros, que como apareció en la columna de la Opinión de Zamora, hace que se te pongan de corbata. Ahora sí, frente a nosotros teníamos las montañas más altas del mundo.
El camino elegido no fue el seguro, y eso que nos avisaron, no era un camino ya trazado, pero era resistente ante la incertidumbre, participaba también la suerte, y el azar era importante que jugara a favor.
Y los del chiste aterrizaron en Lukla sanos, salvos y felices. Empezaba la aventura en el Himalaya con +8000, la batalla con el mal de altura, la visión de los efectos de un terremoto y un sueño en visos de hacerse realidad. Pasen y vean fotos.
Escrito por Fernando Camacho de Elsoplo
Aquí mi libro “Subiendo España”, 52 historias despeinadas de trekking sobre un proyecto en montaña basado en hechos reales.